Moisés Edwin BarredaNo, pos sí… “el pez por la boca muere”, cacarean en mi rancho, allá donde casi termina la ribera norte del Pánuco. Esto sale a cuento porque el pasado día primero el señor Felipe Calderón quiso engatuzar a los japoneses con la oferta de jugoso negocio con petróleo y el “éxito” de su guerra privada contra el narco, de la que están muy al tanto y vemos cubierta con la sonrisa de Maquiavelo.Seguramente sonrieron sarcásticos; pero ¡claro! que les convino hacerse los inocentes, pues importan todo el crudo que requieren para su extraordinaria industria, tan extraordinaria como los hombres que han hecho grande a un país tan pequeño. Desde luego, contaron con las muchas virtudes y tradiciones del pueblo, imbuidas por la familia y los gobiernos del imperio.No podemos sustraernos a pensar qué sería de nuestro México si hubiésemos contado con políticos y funcionarios públicos del temple y la honestidad de aquéllos.¿Qué sería de nosotros los mexicanos si a partir de 1917 no nos hubieran impuesto los programas educativos –vigentes y “mejorados” por los panistas-- que nos tienen hundidos en analfabetismo funcional y, por ende, la pobreza y la miseria? Si Japón es grande, México no sería chiquitín como ahora a su lado. Ya ni llorar es bueno; lo necesario es prepararnos intelectual y espiritualmente para combatir a esa ralea cuya visión no pasa de todos sus bolsillos. Insistimos: el siñor Calderón fue a Japón a faltarle al respeto a la inteligencia de un pueblo nacionalista, culto, disciplinado, industrioso, inteligente y de envidiables tradiciones, por eso en tan poco tiempo (como el alemán y luego el italiano) resurgió de las cenizas a que lo redujo el archicriminal Harry S. Truman (¿éste nos refutará desde más allá del infierno?). Seguramente los pensó sus pares en estatura mental porque muchos se le parecen en la física, y apostamos doble contra sencillo que sus huéspedes lo vieron más chiquitín que ellos en eso de cacúmen.Los japoneses resultarán muy beneficiados con la oferta del siñor Calderón, pero saben muy bien cuan poco petróleo nos queda y, no obstante, lo ofrecemos frívolamente en vez, como ha sido siempre, de darle valor agregado. Si no, ¿dónde están las refinerías que Calderón bien sabe que necesitamos para dejar de importar gasolina a precio de diamante, cuando damos oro negro por abalorios? Al parecer, Calderón se repuso rápido de la gran sorpresa que le produjo saber que los periódicos en la Estrella del Lejano Oriente tiran (imprimen) millones de ejemplares diariamente, y quiso aprovecharlo. Por eso escribió el desangelado artículo que incluyó su pretendido anzuelo: “…la estrategia contra el crimen organizado va en la dirección correcta y el Estado de derecho ha sido fortalecido.” ¿Habrán pensado que fue tan lejos, a Japón, sólo a desbarrar?Si el Secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, le hubiera informado desde endenantes que Japón tiene embajada en el país, precisamente en el Paseo de la Reforma de esta capital, y que la tranquilidad que se nota desde el exterior no quiere decir que adentro estén durmiendo, el siñor Calderón no hubiera ido tan lejos a regarla y, de pasadita, exhibirnos como ingenuos.Los japoneses al servicio de la representación diplomática de su país son diplomáticos de carrera, no a la carrera como en el Servicio Exterior nacional, pues no pocos embajadores son ex funcionarios porque resultaron inconvenientes, o políticos sacados de circulación.No se diga de los corresponsales, que no son noños ni a la carrera; son periodistas profesionales, muy experimentados e impermeables a la chayoteadaNos daría mucha vergüenza que los japoneses pensaran que el siñor Calderón anda rematando el remanente de la criminal extracción en los últimos 80 años, exclusivamente para entregar el 90 por ciento que nos exige el proyecto de nación de los gobiernos yanquis.Nos apena mucho que con la visita del siñor Calderón, los japoneses se percataron de que nos queda poco petróleo; pero nos sobran patas para meterlas.
martes, 9 de febrero de 2010
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